Campana "Solitaria" en El Campanario de la estancia La Crucecita: Resumen
Huellas Cuyanas
Campana "Solitaria" en El Campanario de la estancia La Crucesita
Cerro El Campanario Campana Solitaria La Crucesita
domingo, 7 de febrero de 2016
jueves, 17 de septiembre de 2015
Resumen
Un objeto estético de
incertidumbre: la campana Solitaria
Resumen: En lo alto de un paraje inhóspito, en la
montaña precordillerana, apareció hace algunos años un objeto grande y pesado
laboriosamente engarzado y atornillado a dos rocas naturales conocidas por los
lugareños como El Campanario. La intervención de acero y madera en los
contrafuertes del cerro Negro consiste principalmente en una campana con forma
de letra “U” invertida y que domina desde entonces el perfil de dos torreones
monolíticos de una falla tectónica natural. Es una obra de arte inesperada en
un lugar inesperado. Interpela el paisaje donde no hay nadie. Es un objeto
sonoro, pero nadie lo tañe. Con su presencia recuerda un pasado histórico, pero
de veracidad dudosa. Este objeto de ansiedad abre interrogantes y buscamos ensayar
algunas lecturas de diversa inspiración estética y obtener sugerencias de otras
posibles.-
lunes, 14 de septiembre de 2015
Un objeto estético de incertidumbre
Lejos de exponer un tema principalmente teórico y con
soluciones, referiré aquí antes bien uno de índole práctico y con más dudas que
certezas. Por una parte, procederé a la enunciación de un problema y, por otra,
formularé el correspondiente pedido de ayuda para resolverlo.
Como en sí mismo el tema me resulta singularmente íntimo en más
de un sentido vital y existencial, lo presento con algo de timidez y recato, un
poco cohibido como cuando alguien muestra un pedazo de su corazón, un
sentimiento querido y desde largo tiempo meditado en silencio. Considérese, por
favor, este comentario como un prólogo ritual antes de entrar donde pocos
tienen permiso de hacerlo. Es un prólogo que pretende hacer honor a esa cierta
sustancia mística que siempre conlleva el hecho artístico (para utilizar una
expresión del escritor Juan Filloy en las primeras páginas de su breve novela Aquende).
( Link al archivo PDF con documentos gráficos )
( Link al archivo PDF con documentos gráficos )
Primera parte: una noticia.
Cerca de la ciudad de Mendoza, (a unos cuarenta
kilómetros hacia el sur oeste y a unos 1400 msnm.), hay un lugar bastante conocido
llamado “Estancia La Crucesita” (sic). En
esa zona hay un grupo de cerros y montañas que atraen a los andinistas. Por La
Crucesita se accede a cerros como el Colorado, De la Cruz, Negro, Mogote San
Martín, etc. y a dos bellas cascadas naturales. Pues bien, en los contrafuertes
del cerro Negro, de modo muy visible cuando el visitante comienza el ascenso
por la ruta normal del cerro Negro, o cuando se adentra por la quebrada
principal, se destaca una formación rocosa natural que llama la atención por lo
impresionante de su nítido perfil. Consiste en dos grandes torreones monolíticos
naturales que se recortan contra el cielo dominando el lugar. Los lugareños la
conocen como “El Campanario” (32° 59’
18.69’’ S; 69° 3’ 1.27’’O). Está a unos 5 kilómetros del último
lugar poblado. Para explicar el nombre, suele referirse una historia antigua
que remitiría a los Jesuitas cuando éstos tenían jurisdicción en Mendoza hace
400 años. Pues bien, se cuenta, se
refiere, se dice, con ese matiz mítico de tiempos inmemoriales, que “los
Jesuitas habían instalado en esos faldones señeros de El Campanario una campana
para convocar a los indios huarpes y evangelizarlos al pie donde hay una aguada
permanente”.
Pues bien, por un lado, la zona estuvo efectivamente habitada
y frecuentada, incluso desde tiempos precolombinos, por grupos indígenas anteriores
a los Huarpes de las culturas etnohistóricas de Agrelo y de Viluco (biológicamente vinculadas
con los Huarpes). Por otro lado, en el siglo XVII encontramos ya instalada en
Mendoza la Compañía de Jesús formando parte del grupo social dominante, con
poder de autoridad y con marcada influencia social. Los Jesuitas tuvieron conventos
y tierras con posesión y administración de agua, contaban con estancias,
ganado, propiedades y autoridad sobre los indios. Su labor evangelizadora y de
custodia humanitaria del indio se
proyectaba tanto en la ciudad de Mendoza propiamente como en haciendas, chacras
y ranchos más distantes de la ciudad. Si bien no es probable que los Jesuitas
estuvieran instalados en La Crucecita, es probable que hayan tenido sí jurisdicción
sobre la estancia con ganado y huertas.
La aguada está aún hoy donde dice el mito que estaba y allí
vemos la formación rocosa inconmovible como que es de piedra. Pero los estudios
detallados del lugar y de las piedras no dejan ver ningún rastro efectivo de
cuñas, de agujeros, ni de intervención artificial alguna en la roca. No hay ni
rastros de sujeciones o algo que deje barruntar la intervención humana en
ninguno de los dos torreones para sostener una campana. Al parecer tal relato
es sólo un mito. ¡Un mito! No hay restos. No hay rastros. El mito está descrito
con letra de molde en un libro de divulgación, pero su autora[1] no
aporta pruebas ni testimonios para refrendar la verdad de ese origen.
¿Cómo se logra ver las rocas de El Campanario?
Desde muy lejos, solamente con muchísima
atención puede distinguirse el lugar de El Campanario ya que en la distancia su
perfil se apaga y se confunde contra un fondo homogéneo tanto en el color como
en la textura de las laderas. En cambio se distingue nítido y señorial desde
dos sitios más cercanos en los cuales su perfil se recorta contra el cielo (y
sólo cuando se recorta contra el azul del cielo). Uno de los lugares es el comienzo del filo largo
que lleva a la cumbre del Cerro Negro, es decir, donde comienza la senda de ascenso
habitual. Otro de esos lugares, el segundo, es la quebrada principal (luego de unos
45 minutos de marcha) donde aparece el perfil reconocible inequívoco y
sorprendente de esas dos grandes piedras paralelas. Allí aparece a lo lejos, en
lo alto y aparece de golpe (en el lapso súbito de dos o tres trancadas).
En suma, fuera del mito jesuita, ¿qué hace una campana allí?
Una apostilla a modo de excurso: El medievalista Rubén Peretó
Rivas (profesor responsable del Seminario de Filosofía de la Religión en la
FFyL), al enterarse de la campana y, sobre todo, de la sentencia del Prof.
Zubiría, me hizo saber que el filósofo y cardenal John Henry Newman (1801 – 1890) citaba la
frase animada por el mismo espíritu idealista: Numquam minus solus quam cum Solo, es decir, “Nunca estoy menos
solo que cuando estoy con el [que está] Solo”. O bien esta otra: Solus
cum Solo, es decir, “solo con el [que está] Solo”. Sé, por otra parte, que el mismo Dr. Peretó
Rivas obsequió una libreta Moleskine traída desde Inglaterra para que fuera a
parar al torreón sur de El Campanario con una cajita de aluminio en la cual,
como es usual y costumbre entre los montañeros y practicantes del ascensionismo deportivo, los escaladores van
dejando escrito el registro de su nombre, día y hora del ascenso,
observaciones, como así también algún pensamiento, por lo general elevado, o un
chascarrillo anecdótico sobre los pormenores de la ascensión.
Algún trasnochado decidió ponerle nombre y responsabilidad a
un grupo de personas que habrían instalado la campana, los autores prefirieron
pasar desapercibidos (con un pacto de silencio) para no eclipsar el hecho
artístico en sí[3].
Así fue como espontáneamente la intervención artística llegó a ser mencionada con
estas palabras de noticia: “Han restituido la campana jesuita en
El Campanario…”; el objeto empezó a aparecer en redes sociales de
andinistas y de maratonistas adquiriendo paulatinamente una visibilidad inesperada,
en la mayoría de los casos con el agregado de valores espirituales y poéticos[4].
Segunda parte: Suena la campana. Se ve la campana
La campana en la montaña no suena sola. Por su magnitud y
peso, ni el viento más fuerte, ni las tormentas más furibundas la hacen tañer. Alguien,
una persona, tiene que subir a lo alto de El Campanario para batir su enorme
badajo del que pende una cuerda de 4 metros. Nadie puede hacerla sonar desde la
distancia. Alguien, es decir un sujeto participativo (y deportivo ya que la
subida requiere casi dos horas de marcha intensa por sendas escabrosas) tiene
que estar físicamente allí. Por algún motivo atribuible a la ya mencionada curvatura
natural parabólica de la ladera este-sureste (que oficia como corneta de
amplificación), su tañido se escucha más en dirección al valle que hacia lo
alto de la montaña[5].
Cuando se escucha la campana, se sabe que alguien está allá en lo alto. La obra
de arte como intervención sonora en el paisaje tiene –insisto!- un aspecto
participativo. Su sonido en la inmensidad precordillerana resulta ser exótico porque
contrasta con cualquier otro sonido silvestre del lugar. Algunos, cuando la
escuchan, la han considerado una prueba de que el mito de la campana jesuítica
pudo ser efectivamente realidad, aduciendo a favor de su verosimilitud que si
hoy por hoy la escuchamos a pesar de que estamos invadidos por muchos y
estridentes sonidos propios de una tecnosfera, con más razón habría sido
escuchada cuando los habitantes eran nativos acostumbrados a otro marco sonoro
y a otro modo originario de escuchar y de atender a los sonidos y ruidos de la
naturaleza.
La garantía de que Solitaria suene
está dada por alguien que llegue físicamente a ella porque allí no hay nadie. Por
contraparte, la garantía de que alguien la escuche es incierta dada la bajísima
densidad poblacional del desierto y la remota casualidad de que alguien dé en
pasar. El objeto de intervención
artística parece trasladarse así subrepticiamente del reino estético de lo
audible al reino estético de lo visible. Pero, por esta disyuntiva, la de
la visibilidad, hemos de tener presente que sólo se ve la campana Solitaria de
modo nítido desde los dos lugares físicos señalados más arriba. La intervención
artística entonces está pensada[6] no tanto
para un público eventual, como sí para un
actor eventual, (la persona que sube a tañerla, es decir, la persona que
realiza el itinerario largo de caminar y escalar por el reverso del
contrafuerte buscando una senda por momentos espinosa y esquiva). Sigamos por
este segundo punto de consideración dado por el peregrinaje de la persona que
llega a El Campanario.
La experiencia para el campanero peregrino.
Sigamos los pasos del
peregrino. Luego de casi dos horas de caminata y de resolver pacientemente los
problemas de quien tiene que rastrear el zigzag de una senda que sube y que se
aproxima sin permitir ver el final
ni el objetivo en buena parte del trayecto, el excursionista llega por detrás,
a las espaldas de los dos torreones monolíticos y los ve de golpe, cuando su
senda se asoma a un filo secundario del cerro. Luego de unos pocos minutos más
de marcha, llegado al lugar propiamente: El peregrino se aproxima a un borde
que cae verticalmente 120 metros al vacío con dirección hacia la quebrada que él
zigzagueó en el tránsito de subida. A lo lejos distingue el valle, el horizonte
lejano y algunos detalles de árboles que demarcan el casco del puesto de cabras,
los corrales y los cuadros. El todo (paisaje, obra de arte, camino) se abre de
golpe y peligrosamente en una inmensidad sobrecogedora, impresionante y al par
solemne. El espacio amenazante cobra unidad ahora desde lo alto y la campana
Solitaria se vuelve un punto de referencia; la campana ahora permite modular el todo de lo visto, pero sin
agotar la representación inmensa de lo grande. Por cierto que en sí misma la
montaña tiene siempre ese don de sobrecoger, de impresionar, pero aquí está
potenciado. El efecto de lo inmenso en el animus
cumple con los elementos que Kant discrimina en el § 23 y ss de la Crítica del Juicio y que atribuye con razón al sentimiento de lo
sublime. Para los desprevenidos[7], les
refiero una advertencia importante que nos hace el mismo Kant sobre el alcance
de lo sublime: tiene un alcance trascendental y no mero carácter psicológico ó
fisiológico[8].
Este elemento que resalto, es la singular tensión que ocurre
en el sujeto que experimenta de consuno admiración y al par sobrecogimiento de
cautela y temor ante el vacío. Pero, recordemos la situación, estamos en lo
alto de El Campanario, contemplando la campana Solitaria y uno se dispone a
tañerla. El sujeto, ¿está frente a la naturaleza o está frente a la obra de
arte? ¿Es lo mismo asomarse al vacío para mirar hacia abajo que asomarse del
mismo modo al vacío contemplándolo empero a través del marco de la campana, de su
madero y de las cadenas tensas por la fuerza ciclópea contrapuesta de una media
tonelada? Analicemos desde el planteo kantiano notando que se superpone aquí físicamente
lo mismo que Kant superpone teoréticamente en el texto de su Analítica, a saber, que el sentimiento
de lo sublime atañe en primer lugar a la naturaleza y, por extensión al arte[9]. Pero
ahora estamos frente al sujeto que experimenta (beurteilt) la obra. ¿Qué pasa en el sujeto? La facultad
representativa de la imaginación y la facultad eidética de la razón entran en
una relación lúdica (… libre juego
...) pero, paradójicamente, en el caso de lo sublime, no es una relación nada
plácida, sino dolorosa y seria, porque, por un lado la imaginación se desborda
sin alcanzar el límite representativo de lo visto (la imaginación es forzada
hasta el linde del fracaso) y, por otro, el peligro de una caída es una amenaza efectiva. Kant y todo el
Idealismo alemán reparan en que frente a lo sublime la idea asiste al sujeto en
la triple y alterna forma de Dios, alma y mundo reemplazando las categorías
habituales y prosaicas del entendimiento. El sentimiento de lo sublime es el acceso
directo a la Idea, pero desde el aquí y ahora de la sensibilidad[10].
La constatación empíricamente verificable de esta experiencia
trascendental kantiana[11] la
encontramos en el siguiente detalle circunstancial, a saber, que a lo largo de más
de dos años (ya casi tres) que el objeto está allí, los visitantes han dejado
constancia en la libretita de cumbre, a modo de cuaderno de visitas con
pensamientos moralizantes, elevados, de
espiritualidad, de agradecimiento a su presencia o simplemente de respeto. Los
registros suman más de treinta hojas de la libreta y más de cien visitas. El
filósofo Julio Ozán Lavoisier[12] que
vive solitario en La Crucecita, reconoce como un indicio de espiritualidad y elevación
sublime el hecho de que, por un lado, no haya ningún mensaje destemplado y
fuera de lugar en la libreta y, por otro, que el objeto de consideración, la
campana Solitaria, no haya recibido maltrato de vándalos, cosa usual en muchos
monumentos y en intervenciones libradas a su suerte en lugares públicos y
abiertos como es el caso de la campana Solitaria donde sobra tiempo y espacio
para esconder el daño en el anonimato. Por cierto que el texto de la cita latina rubrica e induce a
un pensamiento temático elevado: “Sola
estando, canto y callo para el que está Solo”. La soledad es siempre inspiradora
de pensamientos sublimes. (Basta con tener presente los cuadros de Caspar D.
Friedrich, ya clásicos en esta temática.) La magnitud del paisaje que se
extiende hacia el infinito inabarcable con unidades estéticas de medida (magnitudo y no quantitas), lo absurdo de un sonido que nadie escucha porque nadie
hay en la cercanía, la apuesta a lo alto, al ab-soluto que está Solo… en fin,
todos elementos que refrendan pensamientos de elevada espiritualidad allende lo
prosaico de pisar una tierra agreste e inhospitalaria. El visitante está solo,
pero con la autoestima de quien ha podido llegar al hito sonoro de la campana. La
amenaza de un regreso es todavía incierto, porque el camino descendente es más
sencillo muscularmente, pero no menos peligroso en la pendiente accidentada y
expuesta. Sobrecogido por lo enorme de la montaña, amenazado, sobrepasado por
potencias ciegas que lo exceden, el hombre amedrentado observa esas fuerzas con
admiración y respeto, pero se yergue con la hidalguía de saberse superior
porque en él habita la idea que le da parámetros para saber de la amenaza y
saber que muere.
En sí, el sentimiento de lo sublime cumple un rol nimio e
insignificante en el sistema trascendental kantiano. El mismo Kant juzga su
propia Analítica de lo Sublime como un agregado más al texto de la
Crítica del Juicio, “un simple suplemento” [ein bloβen Anhang] (final
del §23). Hay incluso fundados motivos para ver esta analítica -en el marco
amplio y general de todo el libro- como una porciúncula satélite que no
desempeña ningún papel importante: no aporta ni quita nada a toda la Crítica
del Juicio y, sin embargo, contiene en germen un acceso inesperado al
ámbito de lo suprasensible que había sido drásticamente bloqueado, clausurado
por su propia pluma y convicción en la Crítica de la Razón Pura. Sin
embargo, para todos quienes tenemos vocación metafísica, platónica, espiritual
e idealista, este escrito breve, agregado e innecesario, cobra una importancia
capital que redime la obstinada clausura de Kant al pensar sobre lo inmenso, el
infinito, el Absoluto extrayéndolo del plano de la ética y poniéndolo en el
sensible de la apreciación estética. Y es así al par una noción útil para la
apreciación de objetos de incertidumbre como una campana de acero colgada en lo
alto de un risco, porque sí, sin autor y para nadie. [13]
Remo Bodei (Paisajes
Sublimes : El hombre ante la naturaleza salvaje Madrid, Siruela, 2011, 69) sostiene con razón
y razones que “Todos los lugares de lo
sublime poseen características comunes: colocan al individuo que los contempla
en soledad ante unos espectáculos majestuosos y solemnes, capaces de suscitar
en él sentimientos mezclados de terror y fascinación…” En todos esos
lugares[14] el sujeto
es conmovido en lo banal y cotidiano del diario transcurrir; de golpe,
súbitamente el sujeto está expuesto a una ruptura, a un desgarramiento con lo
cotidiano, con lo sólito y está llamado a lo insólito y extraordinario. Las
facultades representativas habituales en el conocimiento de los objetos de
todos los días se exigen aquí al máximo, al extremo de la representación frente
a lo enorme y lo obligan a revelar de modo tangencial (desde el ad extra hacia el ad intra) algo indeterminado en sí mismo y a plantear grandes
cuestionamientos sobre la existencia humana. Son cuestiones imposibles de
resolver definitivamente, pero constituyen la fuente del pensamiento
reflexionante[15]
y de la emoción extrema que eleva y señala.
La montaña como sitio donde este objeto a modo de hito modula
un espacio y da una posición, siempre ha tenido dentro suyo el carácter
alegórico de lo sagrado. La nieve de las cumbres simbolizan pureza intangible;
el perfil idiosincrático de las montañas que hasta tienen nombre y son reconocibles
a lo largo de generaciones evocan, por su permanencia[16], la
idea de la eternidad. La mirada hacia lo alto y la mirada hacia el vacío, hacen
pensar en el misterio insondable, irrepresentable, de la existencia en este
mundo. Dentro de un entorno de sacral naturaleza encontramos, en
consonancia, la campana Solitaria.
La posición de la campana modula un espacio y se vuelve emblemática.
No se apoya en ningún lado; no se apoya en ningún “Fundamento” (Grund), renuncia simbólicamente al
soporte del suelo. Por el contrario, “pende” en el vacío y de este modo
“de-pende” de un principio en lo alto. Esto, por su parte, habla de una
cuadratura, de un cruce entre el abajo horizontal y el arriba vertical, el
abajo potenciado al par por la línea del horizonte siempre a la vista de quien
está a la altura de la soga para tañerla y del madero con la lectura de la
sentencia latina. La campana oblonga de tipo oriental y al pender en el precipicio
da siempre la verticalidad que cruza el horizonte. En consonancia con esto (¡usar la
palabra “consonancia” con la campana es y sigue siendo esencial!), desde el
fondo de la quebrada, desde lejos y en la primera mirada que le dedica el
peregrino que se aproxima, el conjunto del madero y de la campana dan la
impresión de una cruz que simbólicamente señala el cruce y la intersección de
horizontalidad y verticalidad religiosa. Esta apreciación de sensibilidad
artística la aportó el escultor mendocino Cristian Schobinger (profesor de
Pintura I y II en la Facultad de Artes de la U. N. de Cuyo) cuando aceptó
acompañarnos a conocer el lugar.
A modo de Conclusión:
El concepto de lo
sublime es una de las dos nociones canónicas del pensamiento estético. Sus
hitos histórico-filosóficos (Longino, Boileau, Burke y la estética del s. XVIII
en general) culminan en un rincón minúsculo de la tercera Crítica de Kant, del mismo modo como los faldones y acarreos de la
montaña culminan en una cumbre estrecha, incómoda y desapacible. Luego de un
período de eclipse, por así decir, nos parece factible comprobar que el tema de
lo sublime resurge en los pensadores posmodernos con diverso tratamiento y se
empieza a frecuentar como categoría de interpretación artística para
manifestaciones de arte contemporáneo. Hemos ensayado aquí la aproximación
desde lo sublime a un lugar inhóspito y deshabitado donde ha aparecido lo que
Harold Rosenberg[17]
llama un “objeto de ansiedad” con pretensiones de artístico y nosotros
preferimos mencionar como “objeto de indeterminación”. Algunas veces se nos
ocurre buscar interpretar la tensión de las cadenas y la modulación del lugar
por el objeto colgante, con las categorías heideggerianas de tierra y mundo, en lucha tensa, algo así como la versión
fenomenológico-existencialista del cruce entre vertical y horizontal: entre el
cielo y la tierra, entre los dioses y los hombres[18].
Hoy por hoy (principios del siglo XXI), habiendo desaparecido ya la
categoría de belleza como parámetro y valor en la crítica de arte, la categoría
de lo sublime empieza a mencionarse en textos especializados y de difusión, tal
vez con aspiración a ocupar ese lugar vacante. Sin ir muy atrás (con fecha 7 de
agosto de 2014) puede consultarse la Revista Ñ que focaliza su
atención analizando El regreso de lo
sublime (por Ana María Battistozzi) en el espacio artístico abierto por las
video-instalaciones del artista Charly Nijensohn El naufragio de los hombres del año 2008, Dead Forest Storm del 2009 y El
éxodo de los olvidados del año 2011. Todas ellas video instalaciones en
ambiente natural. (¡Caramba! ¡Qué coincidencia con la instalación de la campana
Solitaria!) En su eco filosófico, ¿qué significado tiene hoy esta noción[19] que en
sí aúna simpleza e indeterminación? ¿Qué alcance filosófico-reflexivo queda por
desplegar de su potencial kantiano originario? ¿Se ven antecedentes
histórico-epocales en su decurso? ¿Cuánto gravita realmente hoy su uso en el
arte contemporáneo? Tales preguntas, entre otras de diversa índole, abre ese
objeto de acero, hierro, piedra y madera que no sirve para nada, que no sirve a
nadie y que simplemente quedó abandonado a su ser y estar en la montaña
precordillerana.-
Bibliografía:
AULLÓN DE
HARO, Pedro La sublimidad y lo sublime Madrid, Verbum, 2006
AXELSSON, Karl The
Sublime ; Precursors and British Eighteenth-Century Conceptions Bern, Peter Lang, 2007
BODEI,
Remo Paisajes
sublimes : El hombre ante la naturaleza salvaje
Madrid, Sieruela, 2011
COHN, Jan y Thomas H. Miles The Sublime: In alchemy, Aesthetics and Psychoanalysis En: Modern Philology, Vol 74, N° 3 (Feb.,
1977), pp 289-304.
GODOY, M.
Victoria La Crucesita. Entre Huarpes y Jesuitas Mendoza, ZetaEditores, 2007
GRABES, Herbert
Making Strange : Beauty,
Sublimity, and the (Post)Modern ‘Third Aesthetic’ Amsterdam - New York, 2008
KANT, Immanuel Kritik der Urteilskraft Hamburg, Meiner, 2011
LYOTARD, Jean-Francois
Die Analytik des Erhabenen :
Kant-Lektionen München, Fink, 1994
LYOTARD,
Jean-Francois La posmodernidad (Explicada a los niños) Barcelona, Gedisa, 2003
MARTÍN,
Mariano F. El paisaje de la pampa
argentina: Ante su inagotable complejidad, algunas notas en torno a la
constitución y los habitantes de la llanura. En: Revista Criterio
N° 2415 pp 46-48
OLIVERAS,
Elena Estética: La cuestión del arte
Bs.As., Emecé Editores, 2007
SCHECK,
Daniel O. Lo sublime en la modernidad. De
la retórica a la ética EN: Revista Latinoamericana de
Filosofía, Vol XXXV N° 1 (Otoño 2009 pp. 35-83.)
Créditos fotográficos: Carlos Bello y Eduardo Cappa
. mayo 2016
[1]
Godoy, María Verónica La Crucesita: Entre Huarpes y Jesuitas Mendoza, ZetaEditores, 2007 págs. 36-7
(también en Internet)
[2]
Tallada por la artista plástica Azul Sayanca (por cuyas venas corre sangre y
tradición del incario).
[3] Es bueno, es sano, es sabio que los orígenes
permanezcan oscuros en el mito, en el misterio inexplícito de un hontanar
incierto que cobija la admiración y el respeto de lo elevado. Por otra parte,
(es decir, dejando el plano de consideración del objeto artístico), la
tentación de nombrar un sujeto como autor malograría la confluencia de
voluntades que es seguramente plural, pero guiado por un solo espíritu.
[4] Con singular afecto el Blog “Huellas Cuyanas”
(http://huellascuyanas.blogspot.com.ar/2015/10/la-solitaria-puesto-la-crucesita.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed:+HuellasCuyanas+%28Huellas+Cuyanas%29
) refiere y menciona la campana como un “dije
sonoro que rodea el cuello del paisaje y abraza a la piedra con sus cadenas…”
y exalta su ascenso poco menos que como un peregrinaje místico.
[5] El filósofo Julio Ozán Lavoisier menosprecia
este dato y dice con convicción de genuino filósofo anacoreta: La llamada y los
silencios de la campana son para lo alto, los de abajo (los que quedan abajo) no
importan, ¡ya están perdidos!”
[6] ¿Está pensada? ¿Cuánto de pensamiento hay en una obra de arte? y, por otra parte, ¿cuánto
de pensamiento nos es dable extraer de ella sin agotar el diálogo artístico con
su presencia?
[7] Me obligo a aclarar esto ya que pienso
especialmente en una persona amiga, el Bello Ingeniero Carlos de la Universidad
Tecnológica Nacional, quien, por otra parte, se lleva el crédito de las
fotografías aquí adjuntas que sirven para graficar el lugar y el objeto artístico que cuelga
entre las rocas de El Campanario.
[8] Este es el alcance psicológico no despreciado
aquí por Kant, ni por los filósofos trascendentales en general. (Tenemos en
cuenta esta nota al recordar la intervención de la Dra. Karina Cubas Machold.) Es un alcance antes bien sólo depotenciado en
favor del sujeto trascendental estético para poner en él la atención.
[9] El Profesor Santiago Corti, Prof. de Lógica
en la FFyL, persona con quien comparto la admiración por este objeto en lo alto,
reparó agudamente en que el complejo de
la campana Solitaria y su percha de madera y de hierro forjado es una obra
de arte allí, sólo allí, en ese
lugar natural y no en cualquier otro sitio, como por ejemplo, el entorno
sacralizante de un museo. Naturaleza (sublime)
y arte (sublime) resuelven y concilian en la campana Solitaria el contraste en
que Kant pone el tema durante todo el texto de la Analítica de la facultad discretiva estética.
[10] Fernando Pierobón que frecuenta la zona de La
Crucesita y que siempre está dispuesto a establecer nexos interculturales menciona este especial acontecimiento del
aquí y el ahora en plena conciencia como el Satori del budismo Zen.
[11] Para un lego, la explicación de esta experiencia
puede sonar a un galimatías terminológico. Para quienes estamos familiarizados
con la jerga específica nos resulta una expresión ya clásica y compacta de toda
la Analítica. (No se nos escapa que estamos jugando ensayísticamente con una
imposible verificación del plano trascendental. Valga sólo pues como un
ejercicio ensayístico!)
[12] De Julio OZÁN LAVOISIER destaco dos libros, Psicosofía : Investigaciones
psico-filosóficas sobre la naturaleza del ser humano (2004) y La evolución del espíritu (2009) en los
que él vuelca laboriosa y tenazmente su concepción del Espíritu, concepción
macerada en muchos años de experiencias de vida, de retiro y de meditación.
Confieso, empero, que me ha resultado más enriquecedor el aporte de su amistad
y del trato personal que mis lecturas desprolijas y cojitrancas de sus
concienzudos ensayos.
[14] La suya es una topología de lo sublime en la
cual pasa revista a los desiertos, los océanos, los bosques, los volcanes y,
por supuesto, a las montañas.
[15] La distinción entre pensamiento reflexionante
y pensamiento determinante que desarrolla Kant en el capítulo IV de la segunda Introducción de la Crítica del Juicio (B XXVI)
es una de las dos claves para entender del todo y completamente el planteo
estético de Kant.
[16]
Se
conservan reconocibles con el correr del tiempo a pesar de sus laderas con
nieve, o sin ella, a pesar de los derrumbes y desmoronamientos.
[18] El Prof. Carlos Di Silvestre, heideggeriano
entusiasta y de docta formación en esa escuela, nos refirió hace un tiempo (en
correspondencia privada) que para él lo sublime de la campana tenía que ver con
su presencia extraordinaria, en el estricto sentido, a saber, de que excede lo
ordinario, de que por una vez abandona nuestro ordinario, habitual y prosaico
ir y venir por el mundo, inmersos en los asuntos e intereses cotidianos. La instalación de esa campana reúne a su
manera cielo y tierra, congrega a los dioses y a los hombres (la conocida
cuadratura que menciona Heidegger en sus escritos). Por otra parte, él repara
en el son de la campana en medio del silencio de la montaña que suena como un
eco, el eco de una voz, la del amigo que cada cual lleva consigo y que sólo se
deja escuchar en el silencio de la soledad, que siempre somos y a la que a
veces, solo a veces, regresamos.
[19] Pedro Aullón de Haro (2006, 9) no duda en
considerar esta noción (lo sulbime) como “una
de las cuestiones centrales de la cultura europea y, en consecuencia, entre
otras cosas, de la progresiva perfilación de su unidad, e incluso de la
caracterización evolutiva de la misma.”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)